La literatura en los colegios debería ser un paréntesis dentro de la actividad diaria, una hora de sosiego en la que el alumno escucha, piensa en sus cosas o se duerme mientras el maestro lee en voz alta libros que no tienen por qué seguir el disparatado orden del canon escolar. (Daniel Pennac)

20 enero 2010

MONTESQUIEU, Cartas persas

En el siglo XVIII alcanza su esplendor el género epistolar debido a la conjunción de las aspiraciones profundas de una sociedad deseosa de comunicación interpersonal a distancia y a las herencias de una tradición literaria que, ya desde la Antigüedad latina, había llegado a convertir la epístola en uno de los vehículos más aptos para la expresión del sentimiento doloroso del amor (Ovidio, Abelardo y Eloísa) debido a la ausencia del ser amado.



Europa se ve recorrida por una red de comunicaciones epistolares de proporciones hasta entonces desconocidas. Se trata de un fenómeno debido a la universalidad del pensamiento filosófico que despierta amistades y relaciones epistolares que van de París a Madrid, a Londres, a Berlín, a San Petersburgo,etc.


Atrás quedan los singulares epistolarios de los hombres del Renacimiento y las cartas aisladas de la novela pastoril y sentimental italo-española.


La correspondencia, como fenómeno de comunicación social, es tan importante que se hace necesaria la aparición de libros didácticos que enseñen a escribir no sólo según las leyes de la gramática, sino según las normas sociales de la conveniencia. De esta forma nace una especie de subgénero: las cartas modelo, conocidas más comúnmente como secretarios (término harto significativo de la situación de la mujer frente ala mirada inquisidora, familiar y social).


CARTA XXVIII

RICA A ...

Ayer vi una cosa muy extraña, aunque en París cada día se repite. Al caer la tarde se junta la gente y va a representar una especie de escena que, según he oído, la llaman comedia. El movimiento principal se ejecuta en un andamio llamado tablado. A uno y otro lado hay unos nichos, que llaman aposentos, donde los hombres y las mujeres representan unas escenas mudas como las que en Persia se estilan, con poca diferencia. Aquí una amante afligida manifiesta su desconsuelo; más encendida otra no aparta los ojos de su cortejo, que con ojos no menos enamorados la contempla; en los semblantes se retratan todas las pasiones y se expresan con una elocuencia que, aunque muda, no es menos viva. Allí no cubren las actrices más que la mitad del cuerpo, y por lo común llevan por modestia un manguito para tapar los brazos. Abajo hay una cartera de hombres en pie que se burlan de los que están arriba en el tablado, y recíprocamente éstos se ríen de los que están abajo. Pero los que más se afanan son unos que para el caso escogen de poca edad con el fin de que puedan aguantar la faena. Éstos están obligados a encontrarse en todas partes, pasan por sitios que ellos solos conocen, suben de piso en piso con una agilidad que pasma, están arriba, abajo, en todos los aposentos, se zambullen, por decirlo así, se pierden y vuelven a parecer, muchas veces dejan el sitio de la escena y se van a representar a otra parte. Algunos hay que por un portento, que nadie podía esperar al ver sus muletas, andan y corren como los demás hombres. Al fin se reúnen en unas salas donde representan otra comedia distinta, que empieza haciéndose cortesías y sigue dándose abrazos, y dicen que con el menor conocimiento basta para que un hombre tenga facultad de ahogar a otro. Parece que el sitio inspira cariño, y efectivamente dicen que las princesas que aquí reinan no son zahareñas, y fuera de dos o tres horas al día que son bastante ásperas de condición, todo lo demás del tiempo son muy humanas y la manía del rigor las deja con facilidad.

Lo mismo que de este sitio te digo se repite, con poca diferencia, en otro que llaman la ópera, si no es que en este hablan, y en aquél cantan. El otro día mellevó uno de mis amigos al aposento donde se desnudaba una de las primeras actrices, y quedamos tan amigos, que al día siguiente recibí de ella esta esquela:


“Muy señor mío: soy la doncella más desgraciada de este mundo, y siempre he sido la más virtuosa cantarina de toda la ópera: siete u ocho meses hace que estando en el aposento donde me vio usted ayer, mientras que me vestía de sacerdotisa de Diana, me vino a ver un abate mozo, y sin respetar ni mi traje blanco, ni mi velo, ni mi cendal, me robó la inocencia. Vano es ponderarle el sacrificio que le hice, que se echó a reir, sustentándome que me ha encontrado muy profana. Con todo, estoy tan gruesa que.ya no me atrevo a salir a las tablas, que en punto de honra soy tan delicada que no es decible, y siempre mantendré que a una doncella bien criada más fácil es hacer que pierda su virtud que la modestia. Ya ve usted que siendo tan cosquillosa nunca hubiera salido con la suya el abate mozo si no me gubiera dado palabra de casamiento: motivo tan legítimo que me ha obligado a omitir esas frioleras de formalidades de estilo y a empezar, como dicen, por la cola. Pero habiéndome deshonrado su infidelidad, abandono la vida de la ópera, donde, aquí para entre los dos, no gano lo suficiente para vivir, porque ahora que empiezan a venir los años y se va mermando mi hermosura, mi pensión, aunque siempre es la misma, no parece sino que se disminuye cada día. Por uno de la comitiva de usted he sabido que en su país harían mucho aprecio de una buena bailarina, y que si estuviera y en Ispahán, enseguida haría buen caudal. Si quiere usted otorgarme su protección y llevarme consigo a su tierra, tendrá la satisfacción de ser el bienhechor de una doncella que por su conducta y su virtud se hará acreedora a tanto favor. Quedo, etc.”






De París, 2 de la luna de Chalval, 1712

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